Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia
Instituto de Investigaciones en Ciencias del Comportamiento IICC
Universidad Católica Boliviana “San Pablo”
El amor en la pareja se constituye en el proceso dialogal que permite la legitimación del otro. Una relación donde la confianza es indispensable para la confirmación de las atribuciones que el amante expresa acerca del amado. Quien nos ama es un extraño, en el sentido de que no pertenece a nuestra red familiar, por lo que está exento de los prejuicios inevitables que tienen sobre nosotros nuestros progenitores y los otros significativos que nos vieron crecer.
El amor de pareja es distinto al amor paterno filial, materno filial y fraterno. En el amor entre padres e hijos las relaciones amorosas se establecen dentro de los juegos de suma cero, en el sentido que le da la teoría de los juegos y las decisiones, la que entiende a dichos juegos caracterizados por que la ganancia o pérdida de un jugador se equilibra con las pérdidas o ganancias de los otros participantes; si se suma el total de las ganancias y se resta las pérdidas totales el resultado es cero.
¿Por qué necesariamente el amor entre padres e hijos deriva en un juego de suma cero? Porque el amor se fundamenta en la reciprocidad, es decir si uno da el otro necesariamente debe devolver lo recibido. Esto ocurre por la tendencia homeostática de los sistemas, la retroalimentación negativa permite la reducción de la entropía, aunque esta jamás puede ser cero, pues esto generaría la muerte del sistema, por lo que el equilibrio requiere además de reguladores positivos, que mantienen la morfostasis del sistema impidiendo su destrucción en el afán de equilibrarse.
No es posible la retribución equitativa en las relaciones complementarias, debido a que el elemento que se encuentra en una posición superior tiene más que el elemento inferior, no es posible la retribución entre subsistemas de distintos niveles jerárquicos.
Justamente las triangulaciones son consecuencia de la invasión de los subsistemas filiales al subsistema parental. En el caso de las triangulaciones rígidas, el hijo se parentaliza al asumir la función protectora hacia los progenitores, y en el caso de las triangulaciones perversas, el hijo se coloca en un nivel simétrico con uno de ellos. De ahí la imposibilidad de desvinculación porque se exige la reciprocidad amorosa en un vínculo donde indefectiblemente el hijo debería perder.
La urgencia de la desvinculación se instaura cuando los hijos se hacen adolescentes porque surge la necesidad reproductora en ellos, obligándoles a buscar fuera del seno familiar a alguien que esté dispuesto a compartir sus demandas sexuales.
Los determinantes genéticos se han visto sometidos a las condiciones socio culturales, las prohibiciones y normas obligan a que los seres humanos retardemos nuestra partida de la familia y que necesitemos inhibir nuestros impulsos de cópula.
Las divergencias entre generaciones son tan antiguas como la humanidad misma porque las vivencias son incompatibles. En la búsqueda de identidad, los jóvenes están obligados a confrontar a sus padres, y como es imposible vencerles por que ellos detentan el poder, no queda más remedio que emanciparse.
Milton Erickson fue el primer terapeuta en reparar que la estancia de los hijos mayores era indicadora de alteraciones psicológicas en éstos. Posteriormente Jay Haley sistematizó las etapas del ciclo vital familiar, identificando a la adolescencia como la etapa donde se gestaba la salida de los hijos.
Los estudios sobre las familias emigrantes problemáticas en Nueva York, permitieron que Salvador Minuchin identificara las inversiones jerárquicas entre hijos y padres, acuñando el término “hijo parental” para aquél hijo que se convertía en padre o madre de sus progenitores.
Luchar por el poder que ostentan los padres es una tarea inútil, aún cuando se configuran relaciones jerárquicas invertidas, los hijos no pueden desvincularse y el sistema familiar se torna disfuncional, homeostático y resistente al cambio.
Solamente cuando los hijos salen del sistema familiar al encuentro de extraños es que pueden establecerse vínculos amorosos en los cuales es factible el dar y recibir equitativos.
La definición más precaria de “sistema” indica que se trata de un conjunto de elementos que juntos se sostienen o juntos se caen. Nada más cierto que en el más pequeño sistema relacional, la pareja. ¿Por qué la relación conyuga se constituye en un sistema tan frágil?
Partiendo del principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual es imposible determinar con precisión arbitraria el momento o la posición de las partículas, las ciencias sociales han asumido que lo propio ocurre con la observación de cualquier fenómeno, es posible decir, que el acto de observar inevitablemente modifica lo observado, por lo tanto es imposible la objetividad y la precisión de cualquier medida.
En ese mismo sentido, la teoría general de sistemas afirma que si bien la función de cualquier sistema es la reducción de la entropía, ésta es imposible que pueda ser disminuida al cero absoluto.
Cuando un elemento del sistema sale, o ingresa algún nuevo, el sistema se ve en la obligación de reorganizarse debido a la activación inevitable de la entropía. Los sistemas funcionales son capaces de dicha reestructuración, por lo que tienden al cambio y se fortalecen para el enfrentamiento de entropías cada vez mayores.
En cambio, los sistemas disfuncionales hacen todo lo posible por evitar la salida de sus miembros y el ingreso de otros elementos para mantener al sistema equilibrado. Es por eso que sus recursos de afrontamiento a la entropía son mínimos y recurren al fortalecimiento de la resistencia al cambio.
La entropía se produce tanto en los sistemas externos y dentro del propio sistema; en los sistemas parcialmente abiertos la entropía interna tiende a expandirse para fuera del sistema. En los sistemas parcialmente cerrados, la entropía externa difícilmente ingresa, pero la entropía interna tiende a expandirse dentro del sistema.
Los sistemas funcionales tienden a equilibrar sus fronteras internas y externas, mientras que los disfuncionales tratan de cerrarse o no poseen límites claros con el exterior. En el primer caso la entropía interna hace “explotar” al sistema desde el interior y en el segundo al carecer de fronteras definidas el sistema puede desaparecer.
Las familias rígidas y amalgamadas se constituyen como sistemas parcialmente cerrados, y es por ello que la adolescencia de los hijos se constituye en una entropía interna capaz de destruir la organización familiar, por lo que la familia hará todo lo posible por evitar la emancipación de los hijos.
Las familias disgregadas por su parte, no podrán contener a sus hijos debido a la fragilidad de los vínculos y de sus fronteras, produciendo la pronta expulsión de los hijos, debido a la negligencia parental del sistema.
La lucha de poder insulsa se fundamenta en juegos de suma cero al interior de la familia disfuncional, los padres convocan desesperados a sus hijos para convertirlos en sus protectores o en sus iguales, instaurando así triangulaciones rígidas, perversas o patológicas, sometidas a relaciones complementarias o simétricas rígidas, debido a que es imposible que los hijos puedan ganar el juego y mucho menos cooperar con sus padres por la imposibilidad de la retribución en condiciones iguales.
La familia funcional en cambio, ante la confrontación de valores entre la generación de los padres y de los jóvenes, establece la pérdida ineludible de los hijos, quienes no tienen otro remedio que independizarse, emancipándose y desvinculándose de su familia, sin que esto se convierta en una ruptura con los padres, sino que se pasa a otro tipo de relación en la cual los padres respetan la metamorfosis de un ser dependiente en otro independiente, ayudándoles cariñosamente para que puedan finalmente emanciparse.
En la relación de pareja en cambio, es posible la retribución, porque ambos se encuentran en similares condiciones. De ahí la importancia de comprender que el inicio de una buena relación conyugal consiste en el encuentro de dos extraños completos, y no el encuentro de dos incompletos que esperan completarse el uno en el otro. Las expectativas de completitud son la base para la colusión y por tanto, de la psicopatología conyugal.
El “dilema del prisionero” es un ejemplo de la suma no nula en la teoría de los juegos: la policía arresta a dos sospechosos de un delito. No se poseen las pruebas suficientes para condenarlos. Los investigadores, deciden separarlos. Un policía hace sendas visitas y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y el cómplice no, el cómplice será condenado a diez años de cárcel, y el primero saldrá en libertad. Si uno decide no confesar ni delatar a su compañero y el cómplice confiesa, el primero recibirá los diez años de prisión y será el cómplice quien salga libre. Si ambos deciden callar, se los encerrará por seis meses. Pero si ambos confiesan, los dos recibirán una condena de seis años.
Según el equilibrio de Nash la mejor solución es la de cooperación, pues si ambos prisioneros deciden callar, recibirán la pena mínima. Von Neumann y Morgenstern desarrollaron el principio “minimax” para los juegos de suma cero, en el sentido de minimizar el daño máximo posible para poder ganar, en otras palabras, para que en el juego lo peor que le pueda pasar a un competidor sea empatar ante el riesgo máximo que es perder.
En cambio en los juegos de suma no cero los jugadores deben recurrir a la cooperación para que el resultado sea el que todos ganen.
El amor se organiza como un juego de suma no nula, mientras que el poder lo hace como un juego de suma cero. Siguiendo la teoría de los juegos, es posible decir que el amor es un juego simétrico, mientras que el poder es un juego asimétrico.
En los juegos simétricos, las recompensas que se obtienen de una estrategia dependen sólo de las estrategias que use el otro jugador y no de quién las juegue; en otras palabras, un juego simétrico se da cuando las identidades de los jugadores se modifican sin que cambien las recompensas de las estrategias. En los juegos asimétricos, ambos jugadores poseen estrategias diferentes y por lo tanto se encuentran en posiciones diferentes.
Según la teoría de la comunicación humana, una interacción es simétrica cuando ambos interlocutores se encuentran en el mismo nivel de poder. La relación simétrica se hace rígida en presencia de una escalada simétrica sinfín, donde uno da y el otro devuelve, obligando para mantener el equilibrio a que se devuelva y se de una y otra vez.
La escalada simétrica se rompe cuando uno se coloca en una posición donde el otro no puede llegar, en otras palabras, se pasa de la simetría a la complementariedad. Esto ocurre cuando uno de los dos da algo que el otro no tiene la posibilidad de devolver.
La escalada simétrica se estabiliza cuando uno y otro dan y devuelven lo mismo.
Para jugar al amor es indispensable que uno de los amantes de al otro un poco más de lo que recibió, pero no tanto que el otro no pueda devolver.
Siguiendo con la teoría de Palo Alto, la relación complementaria es similar al juego asimétrico, pues uno de los interlocutores se encuentra encima del otro en términos de la definición de la comunicación. La manera de romper la complementariedad es el ascenso del que está debajo o el descenso del que está arriba, de tal manera que se establezca una simetría. Cuando el ascenso es imposible, el que está debajo solamente recibe del que está arriba siendo incapaz de devolver, por lo que para igualar la relación se ve obligado a buscar un aliado.
La escalada simétrica del juego simétrico puede ser amorosa o destructiva. En el primer caso, las retribuciones son gratificantes para uno y otro jugador. En el segundo, las retribuciones son destructivas, siendo la base para la escalada violenta.
Es por esa fácil inversión de la gratificación en destrucción que el amor puede convertirse en odio, el ejemplo clásico es el consorte que antes del divorcio dice amar profundamente a su pareja y durante el divorcio es quien manifiesta las peores acciones destructivas.
El juego del amor es eterno, porque las retribuciones son exigentes para mantener al pequeño sistema conyugal activo, si se detienen, el juego se estanca, si se exagera en la entrega el juego se hace asimétrico, si se dan sanciones se ocasiona la escalada violenta.
En síntesis, el juego del amor exige que los jugadores sean dos extraños, es imposible el juego del amor entre hijos y padres. El juego del amor exige que los amantes establezcan una escalada simétrica de gratificaciones.
Add a Comment