Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia
La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.
Ángel González
La ruptura amorosa es una experiencia muy dolorosa, quizás una de las más insufribles en la experiencia de un ser humano. Se instala como una pérdida ambigua (Boss, 2007), no es un duelo, aunque se lo experimente de esa manera. No lo es porque la persona amada ha partido, no ha muerto. Gobierna la incertidumbre y la angustia, es imposible clausurar la relación, se mantienen la esperanza y la culpa, algo ha muerto en nosotros, eso sí, nos arrancaron un pedazo del alma.
No está, pero está. Esa es la ambigüedad de la experiencia. Se hace más presente en su ausencia. Nadie puede entendernos porque quien podría hacerlo es ella o él, pero no está. La desolación es inmensa, se remueven las experiencias de abandono y las de frustración. Sumergidos en preguntas, creemos que entender curará las heridas. Se presentan arrebatos de arrepentimiento seguidos de convicción.
Es más profundo el dolor cuando nos quedamos amando, el otro se esfuma dejándonos inertes ante el vacío. La disonancia cognitiva (Festinger, 1957) conlleva a racionalizaciones factibles de transformarse en certezas. Este concepto hace alusión a la contradicción entre la creencia y la evidencia, para equilibrar recurrimos a las explicaciones, éstas se instalan como afirmaciones incuestionables. Lo inconcebible es aceptar el desamor, asumir la decisión del otro de marcharse de nuestro lado.
Si bien en el noviazgo la ruptura hace estragos, es peor en el divorcio cuando uno aún ama, porque conlleva mayor inversión y separaciones colaterales a la relación conyugal (Fine y Harvey, 2013). Romper la convivencia obliga a un alargamiento del proceso de ruptura emocional, a veces deteniendo el sufrimiento para atender los asuntos ligados con la familia y otras veces el surgimiento de litigios interminables entre los cónyuges, constituyéndose en distractores de las heridas.
Si bien es fácil comprender la importancia de la aceptación para gestar el afrontamiento de la ruptura (Berman y Turk, 1981) es muy difícil asumirla para quienes están aquejados por la ruptura. Para los terapeutas impacientes se vuelve una labor infructuosa. ¡Sí, debes aceptar que no te ama! Pero duele demasiado. Muchos sentimientos se encargan de encubrir el vacío: orgullo, vergüenza; culpa, odio; nostalgia y tristeza; miedo y dolor. Todos al mismo tiempo o en turnos de día y de noche. A ellos se suma la extraña sensación de libertad con episodios de alegría (Palacios y Pinto, 2021).
Esta maraña de sentimientos suele encubrirse con un manto de angustia, paralizante y algunas veces precipitante de la depresión (Mearns, 1991). Es imposible el cierre, quien odia un día reclama por el amor al siguiente. Trabajar con la culpa la incrementa, abocarse a derribar al orgullo promueve la manifestación de la vergüenza o viceversa. La tristeza se deja arrullar como un bebé abandonado, ella tiene sentido, es la expresión del dolor, pero puede instalarse como un rasgo, conlleva consigo la romántica melancolía, insidiosa y amable puede convocar a las adicciones de sustancias obnubilantes (Fisher y cols. 2010).
La duración del proceso dependerá del tiempo e intensidad de la relación (Rosenfeld, 2018), si existe un trastorno mental de trasfondo, éste puede manifestarse y confundir la dinámica de la ruptura (Wishman y cols. 2006). No es pertinente establecer etapas como en el duelo, porque éstas fluctúan de manera peculiar en cada persona, aunque algunos estudios muestran diferencias en la manera cómo afrontan los varones a diferencia de cómo lo hacen las mujeres (Helgeson, 1994) como también se manifiestan diferencias dependiendo de los rasgos de personalidad (Sprecher, 1994). A pesar de la búsqueda de generalizaciones, los estudios de casos enfatizan la singularidad del proceso (García Palza, 2014).
Se ha tomado atención a los aspectos asociados con el sufrimiento (Seraj y cols. 2021), sin embargo, muy poco hacia los positivos (Holman, 2006). El ser humano tiene la capacidad de darle sentido al sufrimiento (Mèlich, 1993), salimos como mejores personas después de haber estado inmersos en el dolor. Frankl insiste en que no existen personas crueles, sino seres humanos que no supieron darle sentido a su dolor (Frankl, 2003).
Cuando el enmarañado de sentimientos se disipa, la persona puede recién vislumbrar las consecuencias positivas de la pérdida. Cuando se está inmerso en la vorágine del sufrimiento pueden emerger momentos de paz e inclusive de alegría confundiéndonos (Palacios y Pinto, 2021). De alguna manera se viven sensaciones de liberación las cuales no pueden asimilarse por el estado de atolondramiento gestado en los vaivenes frenéticos de las emociones.
Sin embargo, la resolución de la ruptura sólo es posible si se atesoran las experiencias positivas vividas durante la relación y se aprende de los errores cometidos. Es muy difícil la asimilación de la experiencia sin considerar los aspectos positivos resultantes de ella. Sin duda, cualquier ruptura se relaciona con la pérdida de momentos felices, el resentimiento y el odio pueden desvanecer las memorias de las vivencias positivas. Al tratar de enterrar la relación, podemos caer en el error de intentar darles significados nefastos a esos recuerdos, promoviendo racionalizaciones sobre sentimientos buenos en el afán de reducir la nostalgia.
Lo más importante es reconocer nuestra capacidad de amar, por eso duele la ruptura, amar es dejar partir no poseer. Si nos involucramos con alguien es porque estuvimos dispuestos a entregarlo todo, a pesar de habernos equivocado al elegir mal, valió la pena reconocer cuánto podemos dar. Se ha jugado nuestra confianza y el compromiso, ya sea el habernos percatado de la inconveniencia del lazo afectivo o reconocer la incompatibilidad manifestada por el otro, decidir romper la relación es probablemente lo mejor para nuestras vidas. Es insostenible mantener al lado de alguien que hemos dejado de amar o estar con una persona que no nos ama.
De por sí la decisión de terminar es un acto de valor, dejar partir o alejarnos incluye una acción amorosa porque se asienta en la libertad de uno mismo o del otro. La vida continúa, si bien no será la misma, seguiremos en pos de nosotros, quizás debamos retrocede o desviarnos del camino, pero no vale la pena detenernos demasiado tiempo, seguiremos caminando, despojados de aquello dañino y con lo que aprendimos.
Aprendimos de la persona amada, nos mostró cosas de nosotros que no reconocíamos, buenas y malas, el envolvimiento amoroso extrajo cosas de nosotros desconocidas y reafirmó otras, indudablemente el amor nos ha cambiado. Conocimos mundos ajenos al nuestro, desarrollamos habilidades escondidas, experimentamos cosas nuevas, conocimos personas, incorporamos nuevas creencias y valores, en fin, fue un tiempo de aprendizaje.
Aprendimos del amor muchas cosas, desde lo erótico hasta lo íntimo, pusimos en práctica nuestras capacidades de consuelo y cuidado, recuperamos al niño para jugar y al adulto para escuchar. También los errores en la interacción, posesión, dominio, egoísmo, tozudez, y otras estupideces que seguramente estropearon la relación. Esa parte de niño o niña caprichosa. Es tiempo de abandonar las necesidades infantiles para dar lugar a alguien capaz de amar sin confundir la entrega con el control. Amar es libertad de ambos, dejar ser, promover lo mejor del otro sin condiciones. Esta vez no lo pudimos hacer, pero valió la pena conocerte. Ahora sólo queda el adiós.
REFERENCIAS
Berman, W. H., & Turk, D. C. (1981). Adaptation to divorce: Problems and coping strategies. Journal of Marriage and the Family, 179-189.
Boss, P. (2007). Ambiguous loss theory: Challenges for scholars and practitioners. Family relations, 56(2), 105-110.
Dahl, C. M., & Boss, P. (2020). Ambiguous loss: Theory‐based guidelines for therapy with individuals, families, and communities. The Handbook of Systemic Family Therapy, 4, 127-151.
Fine, M. A., & Harvey, J. H. (Eds.). (2013). Handbook of divorce and relationship dissolution. Psychology Press.
Festinger, L. (1957). A theory of cognitive dissonance. Stanford university press.
Fisher, H. E., Brown, L. L., Aron, A., Strong, G., & Mashek, D. (2010). Reward, addiction, and emotion regulation systems associated with rejection in love. Journal of neurophysiology, 104(1), 51-60.
Frankl, V. (2003). El sentido del sufrimiento, 93-99. Ante el vacío existencial: hacia una humanización de la psicoterapia. Herder.
García Palza, D. F. (2014). Narración del duelo en la ruptura amorosa. Ajayu Órgano de Difusión Científica del Departamento de Psicología UCBSP, 12(2), 288-307.
Helgeson, V. S. (1994). Long-distance romantic relationships: Sex differences in adjustment and breakup. Personality and Social Psychology Bulletin, 20(3), 254-265.
Holman, T. B. (2006). Premarital prediction of marital quality or breakup: Research, theory, and practice. Springer Science & Business Media.
Mearns, J. (1991). Coping with a breakup: Negative mood regulation expectancies and depression following the end of a romantic relationship. Journal of Personality and Social Psychology, 60(2), 327.
Mèlich, J. C. (1993). La construcción del sentido del sufrimiento y la muerte: antropologia filosófica y filosofia de la educación en Víctor E. Frankl. Enrahonar: quaderns de filosofia, (22), 093-103.
Palacios, L. & Pinto, B. (2021) Proceso de ruptura amorosa en un joven de 23 años de la ciudad de La Paz. Tesis de grado de licenciatura. Universidad Católica Boliviana San Pablo.
Rosenfeld, M. J. (2018). Who wants the breakup? Gender and breakup in heterosexual couples. In Social networks and the life course (pp. 221-243). Springer, Cham.
Seraj, S., Blackburn, K. G., & Pennebaker, J. W. (2021). Language left behind on social media exposes the emotional and cognitive costs of a romantic breakup. Proceedings of the National Academy of Sciences, 118(7).
Sprecher, S. (1994). Two sides to the breakup of dating relationships. Personal relationships, 1(3), 199-222.
Whisman, M. A., Beach, S., Wamboldt, M., Kaslow, N., Heyman, R., First, M., & Reiss, D. (2006). Role of couples relationships in understanding and treating mental disorders. Relational processes and DSM-V: Neuroscience, assessment, prevention, and treatment, 225-238.